Abstract |
Tras décadas de estabilidad, los precios internacionales de los alimentos han aumentado más de 80% desde 2005. Las buenas cosechas de los últimos tiempos han ayudado a que los precios bajen, aunque no tanto que puedan compararse con los de antes de 2005; muchos economistas esperan que los costos se mantengan a niveles mucho más elevados que en el pasado. En cualquier momento, eventos catastróficos, como la sequía o enfermedades de las plantas, podrían colapsar los frágiles mercados de grano y hacer que los precios vuelvan a dispararse desmesuradamente. Si bien en naciones prósperas la gente nota cómo la inflación en el precio de los alimentos afecta su presupuesto, quizá les resulte difícil imaginar estos mismos efectos en la gente que vive en pobreza extrema en los países en desarrollo. Las personas de escasos recursos gastan 50% o más de sus raquíticos ingresos en alimentos, y ahora tendrán que reducir sus raciones diarias o sustituirlas con productos de menor calidad. Según el Director General de la FAO, Dr. Jacques Diouf, el número de personas que padecen desnutrición se incrementó de 850 a 925 millones en 2007, incluso antes de que se dejaran sentir los peores efectos del aumento a los precios de los alimentos en 2008. La crisis financiera que afecta al mundo hoy día ha exacerbado el aumento de los precios y ha ocasionado que las actividades de ayuda alimentaria, de por sí insuficientes, lleguen al límite. La elevada tasa de desempleo pondrá incluso los alimentos más económicos fuera del alcance de mucha de la gente más gente pobre del mundo. Por años, los economistas habían pronosticado esta crisis; no obstante, ni los consumidores ni los gobiernos se preocuparon durante 25 años, debido a los precios bajos y al subsidio de los alimentos. Entre otras cosas, los aumentos de la productividad de los cultivos se han desplomado. Al mismo tiempo, los gobiernos de todo el mundo han ido reduciendo los fondos destinados a la ciencia, en organismos como el CIMMYT y en instituciones nacionales de investigación agrícola. Se asigna muchísimo menos dinero a la investigación y el desarrollo a largo plazo, incluso en las economías que dependen de la agricultura, y se invierte demasiado en subsidios para el campo. Esto tiene que cambiar. |